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sábado, 6 de diciembre de 2014

Aquel amor que por poco me llega a matar*

 Teníamos tantas cosas en común...
 Su voz me erizaba la piel, sus cantos me emocionaban hasta las lágrimas. Su rostro era perfecto, su piel blanca y suave, sus ojos oscuros, sus dientes perfectos y su nariz hermosa. ¿De ahí mi obsesión por las lindas narices? 
 Tenía rulos pero los odiaba, siempre mantenía su cabello lacio. Su sonrisa fue una de las más lindas que vi en mi vida. 
 Compartimos amistades, momentos, deseos, problemas, sueños. Estuvo para mí cada vez que escapé de casa cual hippie fugitiva, con un bolso lleno de remeras y la guitarra a cuestas (algo totalmente absurdo, porque nunca supe tocarla), me llamó cada noche durante dos años, odió a mi madre cada vez que desenchufaba el teléfono para que corte y me vaya a dormir, me escuchó en cada llanto, besó cada cicatríz. Hasta que se fue. Hasta que decidió abandonarme. 
 ¿Y saben? A pesar de que pude (costó muchísimo, pero pude, creo) rehacer mi vida, sigo escuchando ese video en el que canta, y los ojos se me llenan de lágrimas, mi piel vuelve a erizarse y sonrío, aunque todavía no decido si es nostalgia u otra cosa.

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