Vistas de página en total

domingo, 28 de octubre de 2012

Minutos, la morgue del tiempo *

Siento que el futuro se acerca, que el tiempo me pisa los talones. No puedo creer, ya está terminando el año, y todavía no estoy segura de entender que estoy en el último año de colegio, que tuve los privilegios de sexto, que organicé el día de la primavera y que estoy juntando plata para la cena de egresados. No soy tan consciente que en mi clóset tengo un buzo de egresados, y que el año que viene ya no voy a compartir mis mañanas con esos adorados 35 compañeros, con los que pasé tanto tiempo de mi vida. Y ahora, en pocos meses, cada uno va a seguir con su vida, y ya no vamos a volver nunca más al colegio.
 Todo concluye al fin, nada puede escapar. Todo tiene un final, todo termina. Frases cursis y más del montón que podría estar escribiendo por horas. Tengo miedo, miedo de desplegar mis alas para volar. Desde que tengo dos años voy al mismo colegio, me manejo en la misma ciudad, y con la misma gente. 
 Pienso en fechas, se mezclan mis sentimientos, estoy cansada, estressada, triste, felíz. No puedo controlar todo esto, y simplemente lo canalizo con un está todo bajo control que en realidad no existe. Estoy preparándome para el futuro, tengo muchas muestras, tengo que estudiar, tengo que terminar bien el colegio, tengo que bailar, tengo que rendir, tengo que encargarme de muchos vestuarios.
 • En 27 días es mi fiesta de egresados;
 • En 33 días es la muestra de fin de año de danza contemporánea y es la Misa de fin de año del colegio (la última vez en la que cante en el coro Maranathá);
 • En 47 días actúo en el Teatro Astral, cumpliendo mi sueño de estar en Calle Corrientes;
 • En 50 días es la muestra de fin de año de comedia musical, en la que soy una de las protagonistas haciendo Hairspray;
 • En 52 días es la muestra de fin de año de danza clásica, en la que soy el Sombrerero Loco de Alicia en el País de las Maravillas, y el mismo día rindo matemática. 
 Definitivamente es stress, todavía no sé cuándo es mi cena de egresados, ni la fecha de la entrega de diplomas, todavía no tengo ninguno de los dos vestidos, ni el vestuario de Hairspray, ni el de clásico que tendría que tener resueltos. Todavía no sé que va a pasar con mi vida, porque el 19 de noviembre tengo el exámen de ingreso en la Escuela de Reina Reech para empezar a cursar o no el año que viene la carrera de puesta coreográfica. Y además tengo las integradoras. Y menos mal que a mi pesar, dejé las obras de comedia musical, porque también tendría estrenos y ensayos. 
 Creo que mis nervios se deben a eso, no sé si tengo mucho tiempo para vivir, no tengo ganas de estudiar, pero no me quiero llevar más nada, porque quiero que mis vacaciones sean realmente eso, descanzar al fin!!!!!!!!!!!!!!

martes, 23 de octubre de 2012

Mi vida de artista *

  Si yo tuviera que explicar sólo con palabras lo que significa la danza para mí creo que no podría. Desde que tengo uso de razón, desde que aprendí a caminar todos a mi alrededor supieron que yo iba a ser artista. Cuando tenía cinco años mi abuelo nos dijo a mis hermanas y a mí que nos aprendamos un tango cada una. Y así me pasaba las tardes después del jardín recitando Naranjo en Flor, más tarde grabado y ahora atrincherado en un cassette que de vez en cuando desempolvo para recordar mi voz de pequeña. Supongo que para ese entonces yo ya estaba girando hacia todas las direcciones de la casa, y me abría de piernas poniendo cara de bailarina experimentada. Esa elastidad que gracias a Dios sigo teniendo.
  Mi primer paso por el teatro, parecía un huevo con la maya blanca y el tutú amarillo. Bailé una coreografía de la que ni siquiera recuerdo la canción. Lo único que me acuerdo es que la pasaba muy bien en las clases de la señorita Valeria, recuerdo el espacio, la paciencia, y mi cara de contenta cuando volvía a casa y mamá se sentaba a que le muestre lo que había aprendido. Ya para ese entonces se me escapaba el aire por los agujeros que los primeros dientes de leche me habían dejado al caerse. Eso no me impedía, cada vez que mi abuela venía de visitas a casa, agarrar sus anteojos de sol y hacer las escenas teatrales en las que imitaba su entrada, repitiendo sus frases típicas.




 Al otro año ya era toda una artista, mi segundo paso por el Coliseo Podestá vestida de Minnie cantando y bailando al ritmo de Susanita tiene un ratón, un ratón chiquitín, que come chocolate y turrón y bolitas de anís.. que todavía recuerdo con perfección. Ya para esa época fui un poco más consciente y me enamoré de las tablas, como quien diría. 
 Fue dos años más tarde cuando mamá me contagió su fanatismo por Patricia Sosa, y decidí que quería hacer canto. Quería ser cantante melódica, además de princesa, claro. Encontramos un folleto con una información, entonces llamamos por teléfono y quedamos en ir. Ése día no me lo voy a olvidar nunca, creo que es una de las anécdotas más graciosas de mi vida. Llegamos a la dirección que nos habían indicado, tocamos timbre y nos abre una señora gorda con aspecto sucio, que se había olvidado de la cita. Y mientras yo agarraba cada vez más fuerte la mano de mi mamá para que no me dejase ahí solita, vimos cómo unos cuantos chanchitos se acercaban a nosotras. Nunca más pisamos ese lugar.
 Papá Noel me regaló mi primer micrófono, y empecé clases de canto con una profesora de tango para la tercera edad. Si, señoras coquetas, hasta quizás matrimonios, un músico que ajustaba la guitarra y yo, con siete años y mi micrófono de colores, que me paraba en ese círculo parecido a un grupo de autoayuda a cantar Nostalgias, mientras que presionaba mi puño y ponía cara de sufrimiento. La señora con el trípode estaba enamorada de mí, porque aunque no lo crean, en algún momento fui tierna. Todos los jueves a las seis de la tarde llevaba una bolsa llena de caramelos y me la regalaba. Todos los viejecitos estaban embobados conmigo. Y cuando yo estaba a punto del llanto preguntándome qué poemas nuevos fue a buscar Alfonsina al mar, el guitarrista esbozaba una tímida sonrisa.

 Nunca había pensado en mi futuro como artista. Claro que quería ser una Chiquititas, una Bandana, o más tarde Floricienta, y más aún después de empezar comedia musical. Pero siempre me imaginé una vida seria, paralela, profesional, real. Con el tiempo crecí, desarrollé mi cuerpo, me convertí gracias a mi maldita genética en una piernas gordas. Porque aunque lo odie, es así. Nunca dejé de hacer lo que me gustó, pero no lo podía tomar como posibilidad para el futuro. La sociedad, bah, qué se yo, la gente cercana se encargaba de hacerme saber que las gordas no bailan. Yo lo tengo claro, lo tenía claro. 
 Ese año descubrí realmente cuánto amo bailar. Es raro saber, pensar, sentir que quiero vivir de esto, que quiero ser artista, pero no como hobbie, no como el además de la vida real. Yo soy una soñadora, siempre lo fuí, ¿por qué dejar de soñar? No soy bailarina, soy amante del arte. No tengo técnica, estoy aprendiendo y lo voy a seguir haciendo por el resto de mi vida, porque es lo que amo, lo que me llena el alma. Eso es, me llena el alma. No se imaginan la satisfacción de ir aprendiendo, tanto pasos como sus nombres raros en francés. No me importa si tengo que enfrentarme al qué dirán de la gente, porque mis sueños son más fuertes, porque el amor es más fuerte. Y si me va mal como artista, ahí me voy a morir, porque prefiero morir sabiendo que luché por mis sueños y no que me acobardé.