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martes, 23 de octubre de 2012

Mi vida de artista *

  Si yo tuviera que explicar sólo con palabras lo que significa la danza para mí creo que no podría. Desde que tengo uso de razón, desde que aprendí a caminar todos a mi alrededor supieron que yo iba a ser artista. Cuando tenía cinco años mi abuelo nos dijo a mis hermanas y a mí que nos aprendamos un tango cada una. Y así me pasaba las tardes después del jardín recitando Naranjo en Flor, más tarde grabado y ahora atrincherado en un cassette que de vez en cuando desempolvo para recordar mi voz de pequeña. Supongo que para ese entonces yo ya estaba girando hacia todas las direcciones de la casa, y me abría de piernas poniendo cara de bailarina experimentada. Esa elastidad que gracias a Dios sigo teniendo.
  Mi primer paso por el teatro, parecía un huevo con la maya blanca y el tutú amarillo. Bailé una coreografía de la que ni siquiera recuerdo la canción. Lo único que me acuerdo es que la pasaba muy bien en las clases de la señorita Valeria, recuerdo el espacio, la paciencia, y mi cara de contenta cuando volvía a casa y mamá se sentaba a que le muestre lo que había aprendido. Ya para ese entonces se me escapaba el aire por los agujeros que los primeros dientes de leche me habían dejado al caerse. Eso no me impedía, cada vez que mi abuela venía de visitas a casa, agarrar sus anteojos de sol y hacer las escenas teatrales en las que imitaba su entrada, repitiendo sus frases típicas.




 Al otro año ya era toda una artista, mi segundo paso por el Coliseo Podestá vestida de Minnie cantando y bailando al ritmo de Susanita tiene un ratón, un ratón chiquitín, que come chocolate y turrón y bolitas de anís.. que todavía recuerdo con perfección. Ya para esa época fui un poco más consciente y me enamoré de las tablas, como quien diría. 
 Fue dos años más tarde cuando mamá me contagió su fanatismo por Patricia Sosa, y decidí que quería hacer canto. Quería ser cantante melódica, además de princesa, claro. Encontramos un folleto con una información, entonces llamamos por teléfono y quedamos en ir. Ése día no me lo voy a olvidar nunca, creo que es una de las anécdotas más graciosas de mi vida. Llegamos a la dirección que nos habían indicado, tocamos timbre y nos abre una señora gorda con aspecto sucio, que se había olvidado de la cita. Y mientras yo agarraba cada vez más fuerte la mano de mi mamá para que no me dejase ahí solita, vimos cómo unos cuantos chanchitos se acercaban a nosotras. Nunca más pisamos ese lugar.
 Papá Noel me regaló mi primer micrófono, y empecé clases de canto con una profesora de tango para la tercera edad. Si, señoras coquetas, hasta quizás matrimonios, un músico que ajustaba la guitarra y yo, con siete años y mi micrófono de colores, que me paraba en ese círculo parecido a un grupo de autoayuda a cantar Nostalgias, mientras que presionaba mi puño y ponía cara de sufrimiento. La señora con el trípode estaba enamorada de mí, porque aunque no lo crean, en algún momento fui tierna. Todos los jueves a las seis de la tarde llevaba una bolsa llena de caramelos y me la regalaba. Todos los viejecitos estaban embobados conmigo. Y cuando yo estaba a punto del llanto preguntándome qué poemas nuevos fue a buscar Alfonsina al mar, el guitarrista esbozaba una tímida sonrisa.

 Nunca había pensado en mi futuro como artista. Claro que quería ser una Chiquititas, una Bandana, o más tarde Floricienta, y más aún después de empezar comedia musical. Pero siempre me imaginé una vida seria, paralela, profesional, real. Con el tiempo crecí, desarrollé mi cuerpo, me convertí gracias a mi maldita genética en una piernas gordas. Porque aunque lo odie, es así. Nunca dejé de hacer lo que me gustó, pero no lo podía tomar como posibilidad para el futuro. La sociedad, bah, qué se yo, la gente cercana se encargaba de hacerme saber que las gordas no bailan. Yo lo tengo claro, lo tenía claro. 
 Ese año descubrí realmente cuánto amo bailar. Es raro saber, pensar, sentir que quiero vivir de esto, que quiero ser artista, pero no como hobbie, no como el además de la vida real. Yo soy una soñadora, siempre lo fuí, ¿por qué dejar de soñar? No soy bailarina, soy amante del arte. No tengo técnica, estoy aprendiendo y lo voy a seguir haciendo por el resto de mi vida, porque es lo que amo, lo que me llena el alma. Eso es, me llena el alma. No se imaginan la satisfacción de ir aprendiendo, tanto pasos como sus nombres raros en francés. No me importa si tengo que enfrentarme al qué dirán de la gente, porque mis sueños son más fuertes, porque el amor es más fuerte. Y si me va mal como artista, ahí me voy a morir, porque prefiero morir sabiendo que luché por mis sueños y no que me acobardé.

 


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